Todo el mundo en Haití tiene una buena razón para estar aquí, excepto yo.
El vuelo desde Miami a Puerto Príncipe viene repleto de militares, cooperantes, misioneros americanos con camisetas ‘buen rollo baptista’, un variopinto personal de Naciones Unidas y algún que otro diplomático despistado de embajadas imposibles. El americano bien entrado en carnes que está sentado a mi lado me lanza una enorme sonrisa llena de expectación. Lo veo venir, quiere conversación: – ¿Y cuál es tu motivo para visitar Haití: negocios o placer?- me pregunta ruidosamente mientras abre curioso la bandejita de comida que nos acaban de traer. – En realidad no lo sé muy bien. Quizá porque hace tiempo leí un libro de Graham Greene que despertó mi curiosidad sobre el país. Quizá siempre he querido ver los parajes de su novela – le respondo con cierta inseguridad.
O quizá estoy aquí porque busco las plantaciones pobladas de esclavos zombis del cine antiguo en celuloide. ‘White Zombie´, la primera película de zombis del cine sonoro, está inspirada en los ritos vudú haitianos y fue rodada nada menos que en 1932. En el filme la bella protagonista (blanca y muy americana) es transformada en zombi a manos de un maquiavélico maestro vudú, el fantástico Bela Lugosi. Siempre quise saber más sobre los zombis haitianos.
Ya lo decía. Ni yo mismo sé muy bien por qué estoy aquí…
El americano me mira silencioso con cara de póker. Creo que piensa que estoy mal de la cabeza. Quizá solo está esperando que yo le pregunte a él la razón de su viaje a Haití; pero me limito a observarlo en silencio. Me mira con una sonrisa condescendiente y me dice: –‘I don’t think anyone in this goddammed airplane knows why they are coming to this island’– y se dispone a engullir su sándwich cortesía de American Airlines.
Venir a Haití podría parecer una locura, seguramente lo es. En el mejor de los casos, Haití es un lugar difícil. Sin embargo, a pesar de poseer tasas record de pobreza y haber sufrido una interminable sucesión de terremotos, ciclones tropicales y otros desastres naturales, Haití tuvo una época dorada de gloria y turismo internacional.
En los años 60, Richard Burton rodó con Elizabeth Taylor una película sobre guión de Graham Greene inspirada en Haití, ‘Los Comediantes’. Curiosamente, unos años más tarde, en el 74, Richard Burton volvería al país para obtener su segundo divorcio de la Taylor. Con un poco menos de glamour, pero mucho relumbrón político, los Clinton pasaron su luna de miel en la que definieron como ‘desesperada y encantadora’ Haití. Jackie Onassis y Mick Jagger también tuvieron sus andanzas por el país.
El taxi que me lleva al hotel atraviesa una maraña interminable de calles, chaflanes y chabolas. Los badenes de la carretera, alguna vez asfaltada y ahora presa del olvido estatal, suponen auténticos retos para el taciturno chófer que me conduce. Hay una inexplicable oscuridad. Quizá sea el resultado de las viejas bombillas del alumbrado público, o los brillos apagados de las pocas casas encendidas. La noche tiene sombras alargadas y moribundas que se pierden entre la maleza. Los barrios humildes regurgitan miríadas de inciertos cuerpos que, ubicuos, se mueven taciturnos cargados de bultos sobre la cabeza.
Tras cruzarme con varias montañas de residuos urbanos, coloridas hordas de niños en impecables uniformes escolares y puestos de frutas exóticas me encuentro frente a las impresionantes puertas de hierro fundido del Gran Hotel Olofsson.
Hospedarme en el mítico Hotel Olofsson, –¡qué gran sueño!.
El Hotel Olofsson es una mansión del siglo XIX, rodeada de un jardín tropical sobre una colina que domina la capital, Puerto Príncipe, ahora un amasijo de calles oscuras y chabolas de familias sin techo por el terremoto de 2010. La espléndida, y ahora decadente mansión fue construida originalmente como residencia privada de una poderosa familia local cuyo principal mérito fue aportar dos expresidentes más al país. Tras la deteriorada fachada de imponente chalet suizo, el Olofsson alberga recuerdos de una época dorada de estrellas de Hollywood y de artistas bebiendo champán en sus fiestas cosmopolitas. El hotel sirvió de referencia para la famosa novela ‘Los Comediantes’.
Los Duvalier ya desaparecieron, y los Tonton Macuto partieron en desbandada. Desde entonces, ha habido una innumerable sucesión de gobiernos, golpes de estado y misiones de paz de las Naciones Unidas dispuestas a poner o quitar otro presidente. Como los franceses dirían: ‘Plus ça change, plus c’est la même chose’.
Observo su fachada, emocionado. El Olofsson es bello y decadente. Tiene un puntito de grandeza venida a menos, de exotismo refinado y de película de miedo. De hecho, su fachada sirvió de inspiración para que el caricaturista Charles Addams creara la casa de la familia Addams. Pero yo vengo buscando más los ritos vudú y zombies somnolientos que a la bella y pálida Morticia Adams. ¡Cuestión de gustos!.
Tomo una ducha y me adormezco brevemente hipnotizado bajo el desvencijado ventilador del techo de la habitación. Me han dado la de Mick Jagger. Me siento un privilegiado porque dudo que hayan vuelto a pintarla desde su visita, hace ya alguna década. Esta noche de jueves hay fiesta en el hotel. Desde los años 90 el Olofsson acoge cada semana una mítica banda de música haitiana, conocida por sus ritmos y percusiones inspiradas en ritos vudú.
Cuando los ecos de la banda de música comienzan a resonar por las escaleras de la mansión me pongo una camisa de lino blanco y desciendo al comedor. La recepción está llena de gente con ganas de fiesta. Varias mesas están ya ocupadas con animados comensales cenando pequeños platos con especialidades locales. Hay haitianos obesos con grandes puros, acompañados de chicas despampanantes con escotes de vértigo. Hay mucha gente joven, mucho empresario de éxito y algunos rastafaris.
Me acomodo en una mesa junto a un rincón y pido, casi al tun-tun, los platos que el camarero me intenta explicar en creol, lengua local, que parece francés mal hablado mezclado con las lenguas autóctonas. Me dejo llevar por el ron Barbancourt, orgullo nacional, y las especialidades culinarias. La orquesta emite ritmos sincopados, casi rituales con melodías y letras que todo el mundo parece tararear. Hay buen ambiente. La mayoría del gentío se divierte, salta, canta.
Un inglés de una cierta edad está discutiendo con un joven haitiano, guapísimo. Los trazos del joven son tan finos y elegantes como amanerados. Evidentemente, están teniendo una pelea amorosa en la que el jovencito está echando en cara varias cosas al inglés. Tras varios gritos y forcejeos, el joven local se va con cajas destempladas sin dejar tiempo de reacción a papito. Este, resignado, da un buen trago a su ron doble. Me sorprende mirando entretenido la escena y se limita a decirme: –‘You know you’re getting older when drama queens start looking younger’-.
Yo levanto mi copa y le dedico una sonrisa. Descubro entre la multitud, al otro lado del bar un joven haitiano que no parece ser tan activo como la muchedumbre. Tiene una piel negra mate y un bello rostro. Sus ojos tan blancos, resaltan en su rostro oscuro y proporcionado. Me está mirando desde el otro lado de la sala. Me observa en silencio y sin moverse. Al mismo tiempo, está mirando al infinito, casi ausente. Todo gira alrededor nuestro, la gente salta y bebe, y aquel misterioso chico sigue observándome taciturno, inexpresivo. Es realmente guapo, y yo también lo estoy mirando. Tiene algo que atrae y da miedo al mismo tiempo.
De pronto me doy cuenta que mucha de la gente a mi alrededor tiene los ojos grandes como platos, con miradas al infinito y se mueven de forma compulsiva al ritmo de la orquesta. Nadie habla. Se dejan llevar por el ritmo mágico de la noche que resuena en el gran hotel y en la bahía.
Quizá todos sean zombis, quizá todos a mi alrededor estén presos de algún filtro mágico y trabajen de día en las plantaciones adyacentes. Yo observo la majestuosa galería del salón de fiestas y las vistas sobre la costa que brillan por los ventanales. El ron asciende cálido por mis venas. El olor profundo del viejo hotel y su madera vieja me emborracha. Ya solo tengo ojos para el chico misterioso.
Como un zombi, atravieso el salón chocando con la gente. Sin atisbar a detener mis impulsos me acerco a él a la búsqueda de un malévolo maestro vudú que me encante.
Cuaderno de lugares imposibles de Pedro Edwards
Fotos hotel: Hotel Oloffson