Escuchando el vocerío de los partidos para llegar a pactos de gobierno, da la impresión de que seguimos en campaña. Como si la gente no hubiera hecho un diagnóstico de la situación del país, y no hubiera emitido su voto el veinte de diciembre del pasado año en función de sus aspiraciones. Seguimos escuchando ese lenguaje peleón y escurridizo, usando los medios de comunicación como patio de luces para adjetivar al contrario, esperando que la vecindad en bata y zapatillas les aplauda.
Tal vez la primera pista acerca de lo que iba a ser esta larga negociación, se vio en el momento en que los nuevos diputados juraron su cargo en el hemiciclo de la cámara baja, donde muchos de ellos usaron al efecto frases y dichos que nada tienen que ver con el protocolo y la norma del momento. Pues escuchando y viendo las expresiones orales y gesticulares de los mismos, parecía que estaban recogiendo un premio Goya al mejor opositor de futuro o a la mejor carantoña improvisada. Pues cada uno soltaba la ocurrencia (que no era tal), según su orientación mental, su capricho ideológico, su lengua de biberón o su ancestro en alpargata, haciendo ademanes reivindicativos dentro de los códigos conocidos de la tradición social de la calle.
Cabe pensar, que si esa amalgama de movimientos, frases y celebraciones son todo lo que va aportar una parte importante de la cámara, no parece que el cambio vaya por otro camino que no sea lo de te quitas tú y me pongo yo. Tanto da que sea el envaramiento tradicional de los juramentos antiguos, como lo guay, lo increíble o lo variopinto, pues si no hay de fondo algo más consustancial y sólido, la cosa va a ir para largo.
Por eso, quizás sea necesaria una segunda convocatoria electoral para ver si los candidatos son capaces de plantear de modo más inteligible sus proyectos, o fuera necesario cambiar nombres, modificar gestos, renovar postulados o reinventar conductas que sirvan para que los electores se enteren, valoren, discutan y elijan de nuevo a ver qué pasa.
Pero, lo mismo que digo esto, me arriesgo a pronosticar, que las diferencias en los porcentajes de unas posibles nuevas votaciones van a ser muy escasas. Los convencimientos y cabezonerías, entendiendo como tales el derecho de cada uno a votar en libertad, van a ir por ese derrotero que surge desde una certidumbre poco movible. Porque la capacidad de comunicación de los políticos va a estar dentro de ese estrecho callejón a través del cual deben pasar los postulados que convenzan a la mayor cantidad de gente posible. Ardua tarea, claro. Porque en la estampida de una nueva campaña electoral habrá una carrera loca hacia un posible terreno virgen para plantar allí el mástil de propiedad, vida y voto.