Cuando escuché la historia de Vivian Maier (1 febrero 1926 – 21 abril 2009) por primera vez me fascinó. Son de esas historias que reflejan, en cierta medida, la importancia del azar. La importancia de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. La de artistas sin descubrir a pesar de existir.
Cuando además tomé contacto con su obra me convertí en un admirador de su destreza fotográfica. De su facilidad para captar momentos cotidianos sin sentir que hay un fotógrafo tras el objetivo. Facilidad que en parte se explica por el tipo de cámara que utilizaba, una rolleiflex, que le permitía realizar sus disparos desde abajo, sin tener que acercársela a la cara. Joel Meyerrowitz, un reconocido fotógrafo, decía de ella que “mientras fotografiaba, ella sabía perfectamente lo cerca que podía acercarse al espacio de una persona para hacer una fotografía de ellos. Eso me explica mucho acerca de ella. Me dice que podía introducirse dentro del espacio personal de una persona totalmente extraña y conseguir que posaran de una manera tan cómoda que seguían siendo ellos mismos. Generaba una especie de momento en el que dos presencias vibraban conjuntamente”.
Todo comienza cuando John Maloof, un joven que en ese momento estaba escribiendo un libro de historia, se acercó a una casa de subastas que tenía enfrente de casa. Compró una caja llena de negativos por 380 dólares. Pensaba que de ahí podría conseguir algo. En la soledad de su casa comenzó a ver los negativos al trasluz. Él no sabía si eran o no buena fotografía pero le gustaba lo que veía.
Comenzó a revelarlas y contactó con distintas galerías. También creó un blog donde publicó unas 200 fotografías. Fue tal el éxito, que decidió investigar qué otras personas adquirieron los negativos que él no se llevó y acabó consiguiéndolos todos. En ese momento sólo deseaba una cosa: saber quién estaba detrás de esas fotografías. Sólo sabía que se llamaba Vivian Maier.
Entre todo el material que tenía descubrió una dirección. Vivian había sido niñera en ese lugar. Con el tiempo fue encontrando a más gente que la conocía. Todos tenían el mismo vínculo con ella, haber sido su niñera. Es fascinante pensar que detrás de alguien como ella se escondiese una persona que, sin separarse de su cámara, estuviese dejando al mundo este legado fotográfico. Legado que fue creando al mismo tiempo que desarrollaba su labor como niñera; de ahí que algunos de los niños que aparecen en sus fotografías fuesen los que estuviese cuidando en ese momento.
Se encontró la misma respuesta ante la figura misteriosa de Vivian Maier: una persona solitaria, sin familia, excéntrica, reservada…alguien con una barrera ante el mundo imposible de traspasar. Era de esas personas que acumulaba muchas cosas. Por lo general ocupaba una habitación pequeña dentro de la casa en la que trabajaba. Siempre exigía que le pusiesen un candado. Cuando John acudió a una de ellas se encontró que la familia guardaba en el garaje alguna de sus cajas. ¿Os podéis imaginar que contenían?. Más y más negativos sin revelar.
John pidió ayuda a museos. No recibía respuesta. Quería compartir su “tesoro” con el mundo. En un documental llamado “Finding Vivian Maier” él mismo explica que quería que Vivian acabase apareciendo en los libros de texto. Preparó una exposición en Chicago. Fue tal el éxito, que en ese momento comenzó su camino hacia el reconocimiento.
Fuente de las fotografías: vivianmaier.com
4 respuestas a Vivian Maier: una fotógrafa para sí misma