DSC_0179

En la vida una de las cosas que más nos gusta a los seres humanos es soñar. Fantasear. Pensar en aquello que deseamos hacer y en ese momento no podemos. Yo a veces suelo trasportarme a mis  futuras vacaciones. Sin quererlo me vienen ideas a la cabeza: descanso, sol, libro, mirar al infinito, sin reloj, agua cristalina, aire sobre la cara, buena compañía, lejos del ruido…

Todo eso lo encontré hace ya 10 años en la playa de los muertos. Todavía me acuerdo de aquella amiga que en un bar de Madrid me apuntaba en una servilleta el nombre de esta playa: “si bajáis para Almería no dejéis de visitarla” me decía. Su nombre no es casual. La playa de los muertos debe su nombre a la frecuencia con la que históricamente llegaban a sus costas los cadáveres de náufragos o de navegantes arrastrados por las corrientes marinas que convergen en ese lugar.

A pesar de estar a media hora en coche de Mojácar, precioso pueblo de casas blancas encajadas sobre una colina como si de un precioso puzzle se tratase, os recomendaría que evitaseis la masificación de esa zona y os hospedarais en el pueblo más cercano a la playa: Carboneras. Si queréis algo económico pero con encanto, os recomiendo el Hostal San Antonio, muy cuidado y llevado por un matrimonio encantador que te hace la estancia muy acogedora. Si queréis daros un capricho, os recomiendo el Hotel Valhalla Spa, con unas habitaciones maravillosas y una agradable piscina desde la que se ven los kilómetros de playa que tiene el pueblo de Carboneras.

Entre las muchas razones por las que elegir Carboneras destacaría que es un pueblo que nunca pierde la esencia de sus gentes. No sientes que estés rodeado de turistas, al contrario. Siempre encuentras a gente del pueblo alrededor tuyo. Si quieres pan te vas a la panadería del pueblo. Si quieres el periódico te acercas a la típica tienda de barrio en la que te venden al mismo tiempo la postal, el bolígrafo, el último Premio Planeta… y además puedes  tener una conversación amena con su tendero.

Volviendo a la playa, una vez que encuentras su emplazamiento te das cuenta que el difícil acceso, a través de dos empinados senderos, tiene que ser una razón para hacerla especial. Antes de bajar nos acercamos al mirador que hay y desde el que está tomada una de las fotos que comparto con vosotros. Año tras año ha ido aumentando la afluencia de veraneantes, pero aun así, incluso en agosto, siempre encuentras zonas en las que la persona más cercana está a más de 5 metros. Comienzas a bajar ese sendero durante unos 10 minutos, con un calor que te hace dudar de lo que estás haciendo. Aun así, cuando ves que incluso padres con bebés bajan ese empinado camino, te animas y te dices que debe de merecer la pena. La playa es de gravilla fina, lo justo para que se pueda andar sobre ella y con la ventaja de no estar sufriendo la arena sobre tu cuerpo en todo momento. Una vez abajo, te acercas a la orilla y si tienes la suerte de que ese día el mar  esté en calma, te encuentras con esa agua cristalina que solo habías visto por televisión y que ahora tienes enfrente para disfrutarla, bañarte e incluso ver los peces a tu alrededor.

Una playa que no te deja indiferente y que en cierta forma se mantiene virgen, sin bares,  ni duchas, ni papeleras, ni  vigilantes…Miras hacia delante y ves la inmensidad del mar. Te das la vuelta y no ves civilización: sólo la ladera de la montaña que previamente te has animado a descender.

Fernando Sacristán

almeria-granada agosto 2007 069