Casi todos los recuerdos especiales que tengo parten de una coincidencia. Coimbra no es una excepción.
Yo tenía 18 años y mis padres me llevaron de vacaciones a Portugal. El ambiente era un poco sombrío, pues tras mi primer curso en la facultad, me habían quedado 4 asignaturas para septiembre. Para colmo, no paraba de llover y veranear en la playa era básicamente imposible.
Por ello, mi padre resolvió visitar la zona interior. Y allí estaba Coimbra: con su río, sus calles abigarradas, sus casas de colores…. me enamoró. Un rincón del mundo para perderse, desconectar de la realidad y dejarse llevar.
La vida volvió a su cauce. En septiembre recuperé los cuatro suspensos y nuevos retos me aguardaban.
Pero Coimbra se había plantado en mi cabeza y años después, compruebo que lo hizo con raíces profundas.
Ilustración: Beatriz Rincón