RUILÓPEZ (3) (3)Durante un tiempo fui cartero sin destino. La incertidumbre de saber qué emociones llevaban dentro algunas cartas socavó mi salud. En más de una ocasión recurrí a la incompetencia laboral para sobrevivir. El sobre verde y blanco causó estragos en mi conciencia curiosa. El olor embelesador que desprendía. El tacto pulcro de su cubierta. El colorido tenue de sus cantos. El tamaño justo de su andamiaje. Su revolotear misterioso por la estancia. Su juego de escondite en las gavetas. Sus manchas voluptuosas sobre la cubierta. Letras en desorden para el remite. Todo fueron celos que me atenazaban viéndolo en manos extrañas. ¿Qué vida secreta hay en ese sobres verde y blanco?.

El trasluz fue un abrecartas clandestino cegado por la astucia y el fracaso. Imaginé deseos incumplidos. Falsas promesas. Recuerdos de momentos agridulces. Reproches inconclusos. Convivencia caduca y en declive. Alboroto por momentos de éxtasis. Anhelos imposibles. Encuentros fugaces. Distancias insalvables. ¿Edades? ¿Sexos?

Me corroía por dentro la imposibilidad de airear tanto misterio. Me convertí en cómplice sin pasaje. Escribí cartas anónimas a aquellos remites. Inventando vidas caprichosas. Amores fugaces. Destierros casuales. Olvidos sin culpa. Me atosigó la impaciencia y el desasosiego. Sufrí por la intromisión y el desperdicio. Se derrumbó mi vida emocional. Sacrifiqué mi mundo reposado y digno. Navegué por otro ajeno y esquivo. Rompí mi equilibro vital. Trastoqué mi convivencia cívica. Degradé mi frágil ética de diario. Hundí mi barco económico.

Vapuleado por la sinrazón. Me refugié en mi obstinación enfermiza, y abrí uno de los sobres verde y blanco. Nunca pensé que la astucia comercial cayera en estas bajezas estéticas, menospreciando el romance y el misterio, vilipendiando la historia y el embrujo, para despistar a la competencia del mercado y ganar la partida.

Dejé la profesión.

José María Ruilópez