Absorto y con su último álbum de fondo, no me acabo de aclarar sobre qué opinar y comentar de ella… Si sobre la horrenda portada sacada del peor cuadro barroco, su batalla con la báscula (la cual ojeando el folleto damos por perdida de por vida), o su conversión al islam, que da lugar a que no hable más de sexo en sus canciones (temática principal de sus discos desde que la sigo).
Ante tal percal, la crítica se preveía demoledora, pero Janet Jackson siempre me ha caído bien. Supone parte de mi adolescencia y de mi banda sonora particular (cómo olvidar ese Janet y esa portada que me marcó y que han intentado imitar hasta en el Sálvame).
La pequeña de los Jackson vuelve nueve años después de su último álbum de estudio, tras lanzarnos truños inclasificables (me atrevo a opinar que desde All for you nada merecía realmente la pena) y ser repudiada por la sociedad americana por mostrar su pecho; hecho que no solo hizo sonrojar y mostrar las vergüenzas de la doble moral de su país, sino que me hizo adorarla mucho más (total, a quién en una mala noche no se le ha escapado un pezón…)
Unbreakeable, su último disco, es una reflexión pausada de su vida, que se acerca más a Colplay o Sam Smith (salvando distancias claro), que a las Beyonces y Rihannas de turno, de las que al fin al cabo fue precursora. No hay ritmos que den lugar a videoclips y coreografías tan memorables como las de Together again o If, pero cercana a los 50 y vistiendo como Rappel y con una industria musical que ya no respalda a las grandes divas, Janet se esfuerza y da el retorno que promete. Y con ella los míticos productores que crearon algunos de sus himnos en los 80 y los 90: Jimmi Jan y Terry Louis.
Nunca será como Michael, nunca llegará a Madonna, pero Damita Jo (su nombre familiar que en cualquier familia choni española podría ser adaptado como “la Vane” o “la Jenni” de turno), es un auténtico símbolo americano del pop y de la estética del videoclip, del cual por muchos kilos o pezones, no nos deberíamos olvidar.
