1899929_641175289253376_47026967_nVuelvo a casa por Navidad. Vuelvo a Gijón como muchas otras veces. Pero por primera vez me quedo en un hotel. Esta vez necesitaba ver mi ciudad, mi niñez, mi juventud, con cierta distancia. Porque esta vez en cierto modo tengo que Volver a empezar, un poco como el protagonista de la película de Garci de los años 80. He decidido quedarme en ese mismo hotel en que se queda Antonio Ferrandis en la película, el carismático Hotel Asturias. Enclavado en un lugar mágico con vistas a la Plaza Mayor, al mar y la Iglesia de San Pedro, el hotel es una máquina del tiempo que te transporta a la película y en mi caso a mi infancia. Para este viaje necesitaba una alta dosis de nostalgia. 

Abro la ventana, salgo al balcón y veo las luces de Navidad de la Plaza Mayor. Es tarde, pero hay niños corriendo y un coro cantando villancicos. Respiro profundo. Me esperan unos días duros. Hay momentos en que uno es plenamente consciente de que está cerrando una etapa, pasando página definitivamente. He venido a cerrar la casa familiar. Donde he pasado media vida con mis abuelos, con mis tías, con mi hermano, con mi hijo de pequeño…

He pasado varios días vaciando armarios, armando cajas, buceando en recuerdos… Miles de imágenes de estos 42 años desfilan delante de mí. Cuando cierre la puerta dejaré atrás una casa vacía y llena de cajas, muchas vidas que transcurrieron allí, recuerdos, olores, cosas vividas, risas, ilusiones, tradiciones… Dejaré atrás mi infancia. O tal vez no, la  infancia me la voy a llevar conmigo, que nunca hay que dejar de ser un poco niños…

Antes de salir saco de una caja un libro que me había recomendado mi tía, “Las ardillas de Central Park están tristes los lunes” de Katherine Pancol.

Subo al avión de vuelta a Bruselas. Abro el libro. Empieza con una cita de Bernard – Marie Koltès:

“Entonces existe una vida que viviré para siempre ¿ verdad ?”

I. Miranda