Cartas de Pokemon y otros tesorosJusto dentro de una semana mi hijo termina la escuela infantil. El año que viene empezará primaria y dejará el entorno mágico y protegido que tenía hasta ahora rodeado de juegos, cuentos y dibujos. Como él dice, en primaria “ya no hay juegos solo cuentos (libros)” y “no hay gomas (de borrar)” (o sea, los fallos no se pueden arreglar), “tenemos que aprender leer” y “si te portas mal vas directamente a la Sra. directora” (no hay segundas oportunidades)… O sea, que él ya imagina que la cosa se pondrá más seria. Se ha informado de todo con los niños en el autobús :-).

Me he puesto un poco nostálgica y me han pasado como un flash por la mente estos últimos 3 años.

Una de las cosas que más me gustan del universo de mi hijo en la infantil son todas esas pequeñas cosas con las que anda siempre de acá para allá y que trae en su mochila o en los bolsillos. Cartas de Pokemon, premios de huevos Kinder, canicas, anillos de plástico, papelitos con dibujos, piedras, papelitos varios, aviones de papel, envoltorios de chucherías… Me encanta ese “tráfico” de “tesoros” que se traen los niños en el cole. “Eso me lo dio August en el autobús“,”este anillo de papel se lo llevo a Camille“, “tengo que llevar un pop cake para cambiarlo por una pelota saltarina“…

También me encanta cuando saca sus dibujitos de la mochila que llegan siempre arrugados. Últimamente todos son de de Ninja Go. Algunas veces comparte conmigo sus tesoros. Como un anillo que me trajo con una flor de plástico (“pero solo te lo doy si me lo cambias por ese tuyo que llevas” – de oro jeje). Y hasta me he aficionado a las cartas Pokemon que me regala de vez en cuando (y que antes me parecían horribles). Mi favorito de todos los tesoros es un dinosaurio de plástico verde.

Me he puesto a pensar que es una pena que no tengamos más tiempo para poder entrar en el universo de los niños. Ese universo que pueden ver con sus ojitos especiales que se fijan en cosas que pasan desapercibidas para los adultos. Sólo ellos tienen la llave que nos abre una puerta a un lugar fantástico y mágico. Y constantemente nos animan a ir con ellos a ese lugar. Pero muchas veces estamos corriendo, ocupados con miles de obligaciones o pensado en otra cosa y no entramos.

Y en un abrir y cerrar de ojos sin apenas darnos cuenta los niños crecen, esa puerta se cierra y nuestro acceso a ese universo también.

Entremos a ese universo antes de que se cierre la puerta.

La madre (no) abnegada