PANAMA 2010 - San Blas - Kuna Yala - Francesco Vicenzi                                                                                                                     Foto: Francesco Vicenzi

Parte III

Nos subimos al barco, tiburonera o cayuco motorizado (como prefieran) para cruzar un mar tranquilo como un espejo. Alucinante es la palabra que se me viene a la mente. Las islas de todo el archipiélago se encuentran como detenidas en el tiempo. Rápidamente empecé a ver la magia que envolvía un lugar en el cual uno se puede perder de todo el mundo exterior.

Al llegar a nuestra isla nos dimos cuenta de un par de cosas:

1 que la isla estaba dividida por la mitad

y

2 que tendríamos que economizar al máximo para sobrevivir los dos días que teníamos por delante.

Necesitamos la casa más económica que tengan,” fueron las primeras palabras que Javier dijo a la niña que nos recibió en la isla. Dijo que tenía una a “mitad de precio”. Sin dudarlo respondimos todos: “¡la tomamos!”. No nos llevó mucho comprender por qué costaba solo la mitad. En realidad ¡era solo la mitad de la cabaña!. “El 70% está terminada” escuché que decía una vocecita por detrás. El 30% restante lo comprendían la pared que miraba al mar y unos 3 metros de techo, que dejaban expuesta toda la construcción a la brisa matutina. “¿Cómo llegué hasta aquí?” me pregunté. “Tratemos de ver el vaso medio lleno. Solo la usaremos para dormir un poco ….. Dios quiera que no llueva.

cabañaPANAMA 2010 - San Blas - Kuna Yala - Francesco Vicenzi                                                                                                                   Fotos: Francesco Vicenzi

La isla tendría unos 250 metros de largo por 120 de ancho y era compartida por dos administraciones. La del padre que era más ordenado, donde nos encontrábamos nosotros y la del hijo… en la que reinaba un gran desorden. Pusieron el negocio juntos y tras años de discusiones se pelearon y dividieron la isla en dos. El “todo incluido” del paquete que tomamos incluía todo menos las bebidas; ¡cualquier bebida!, ya fuera alcohólica o no. Esto afectaba al bolsillo comunal que era administrado férreamente por Fernando el “financiero” del grupo. Las comida (perdón, las raciones de supervivencia)  eran exquisitas. Se veía que la cocinera se esmeraba. Trataban de alimentarnos bien con el exiguo presupuesto del que disponíamos. Desayuno: huevo con dos tortillas y  una cucharada de mantequilla. Almuerzo: arroz con pescado.

En la isla podías leer, ver el mar y descansar plácidamente mientras conversabas con personas de una docena de países. Desde un escuadrón de israelitas, pasando por el director de una imprenta de NY, hasta una maestra de Nueva Zelanda. Todos formaban una gran comunidad con el único objetivo de relajarse.

Uno de los momentos más memorables de nuestra aventura fue darnos cuenta de que todos queríamos ver el partido de la Eurocopa. Pero no había electricidad ni mucho menos señal de TV. Y aunque la hubiera habido, ¿de dónde íbamos a sacar una TV en ese isla?. Hasta que alguien dijo que tenía una radio de cuerda. Salieron voluntarios de todas partes que hacer turnos y dar cuerda a la radio de manera continua (no cargaba la batería y solo así funcionaba) y así poder escuchar como Alemania jugaba contra Portugal en la semifinal (creo recordar). Esos 90 minutos con todos sentados en un círculo en completo silencio, inclinándonos para poder escuchar los 3 o 4 watts del aparato, son uno de esos recuerdos irrepetibles de mi libro de viajes.

kuna-yala de noche                                                                                                                        Foto: Francesco Vicenzi

FIN

Alvaro Paiz

PD: preparando el post decubrimos un fantástico fotógrafo que nos ha prestado sus fotos que transmiten muy bien el alma de Kuna Yala: www.francescovicenzi.eu. Una cosa 10  nos lleva a otra cosa 10…

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