Music Hall, Beirut

El Music Hall es un insólito cabaret escondido en el antiguo barrio judío de Beirut. En pleno corazón de la ciudad y acariciada por el Mediterráneo, la zona fue línea de demarcación entre bandos durante la guerra civil quedando totalmente abandonada al olvido en los años 80.

Aún se ven calles enteras tapizadas por vegetación salvaje, fachadas colmadas de impactos de metralla y restos de vida abandonada en alguna antigua urgencia. La sinagoga del barrio ha estado oculta bajo hierbajos y escombros durante décadas. Una estrella de David y unas inscripciones en hebreo grabadas sobre la piedra señalaban su tenue presencia entre decenas de militares de guardia, tanques de camuflaje y oxidados alambres de espino. Sólo una reciente y tímida restauración intenta rescatarla del olvido.

Vuelvo a Beirut y sueño con ir al Music Hall, el más insólito ‘cabaret du monde’. Su director, un conocido productor de origen griego-libanés que hasta compuso para Demis Roussos, ha creado un país imaginario, Nowheristán, donde no hay conflictos ni política. La religión y la guerra no caben en Nowheristán y todo el que entra a este país imaginario se debe sólo al baile, a la música y a la evasión nocturna.

Los más excepcionales y heterogéneos artistas de Oriente Medio y Occidente han pasado por aquí. Todos han fusionado aquí sus ritmos. Antiguos santures persas, bellas bailarinas iraníes, saxofonistas americanos, bouzoukis griegos y cítaras afganas han creado extravagantes y asombrosas músicas del mundo, el mejor y más inaudito jazz oriental. De fondo, una inusual jazz band con opulentos chaqués de terciopelo negro y brocados en oro tocan sin descanso mientras los clientes beben y bailan absortos sobre las mesas del cabaret. Cada rincón del mundo desfila por este extravagante escenario beirutí.

Elias Khoury ya lo escribió en ‘El Viaje del Pequenho Ghandi’: ‘Beirut viaja por sí misma, tú permaneces donde estás y la ciudad viaja en tu lugar. Mira Beirut transformada: de Suiza del Oriente Medio a Hong Kong, de Saigón a Calcuta, a Sri Lanka. Es como si hubiéramos dado la vuelta al mundo en 10 o 20 años. Permanecimos donde estábamos y el mundo giró a nuestro alrededor. Todo entorno a nosotros ha cambiado, y nosotros hemos cambiado’.

Todos hemos cambiado. Pero las cosas siguen igual en Beirut. Ayer hubo otro atentado con coche bomba y un viceministro fue asesinado en esta avenida paralela al mar. Hay al menos 6 versiones sobre el móvil del atentado: -‘fueron los americanos, los chiitas, los cristianos…’- cada facción defiende su teoría con la vehemencia del que posee la unívoca verdad. Probablemente nunca se sabrá.

Los beirutíes pasan junto a los restos aún ardiendo de los coches y los hierros retorcidos para ir a Nowheristán. Yo mismo he atravesado callejuelas llenas de humo, cubiertas de escombros y cañerías desventradas para llegar a este país, esta noche. La vida puede ser peligrosa, pero esta noche necesitamos soñar, evadirnos, sentirnos vivos.

-‘Las mejores fiestas de Beirut han tenido lugar bajo los bombardeos y ametralladoras de sus innumerables guerras’- me dice el maestro de ceremonias mientras me conduce a mi mesa. Puede parecer superficial, incluso cínico. Puede ser, simplemente, una profunda filosofía de vida; un carpe diem de metralla y licor lamido por el tibio Mediterráneo.

Pero esta extraordinaria república pertenece únicamente a la noche y, con el alba, Nowheristán se eclipsa tras los rayos del día. Las bellas libanesas de vertiginosos tacones y escotes abismales se retiran con sus consortes de grandes medallas de oro y gomina. Los aparcacoches uniformados se apresuran a traerles sus Porsches Cayenne con eficiencia y silenciosa celeridad.

Yo regreso a la vida real y diurna, sorteando escombros y Ferraris que aceleran teatralmente a mi paso. Camino por las calles del viejo barrio judío y trato de esconderme de los primeros rayos de luz mediterránea.

Buenas noches Nowheristán, buenos días Beirut.

FIN

Beirut

Cuaderno de lugares imposibles de Pedro Edwards