NY

Peter Parker, King Kong, Carrie Bradsow, Chandler Bean…Quizás tenemos pocas cosas en común, pero desde luego compartimos nuestro amor por la ciudad de los rascacielos.

Capital del cine, el capitalismo y el exceso (una de mis máximas en la vida), Nueva York me enamoró desde ese martes 4 de octubre lluvioso en el que llegué al JFK. 11 días, a priori, daban para mucho; pero  en una ciudad con tanto que descubrir cualquier segundo sin aprovechar es un delito. El hotel (Beekman Tower) lejano, pero a una distancia prudencial que me permitía observar todos los rincones de mi nueva pasión. Confortable y acogedor a partes iguales.

Ivan NY

Desde las enormes avenidas, recuerdo el escalofrío que sentí al ver Times Square lleno de gente (ríete tu de Preciados en Navidad), las vistas desde el edificio Rockefeller (personalmente pienso que son mucho mejores que desde el Empire; el rollo Meg Ryan en Algo para recordar está pasado de moda); e incluso abominaciones estilísticas como la Estatua de la Libertad… Todo es necesario.

Pero de entre todo lo destacable, recuerdo el mismísimo momento en que le declaré mi amor a la ciudad. No podía ser de otra manera que cruzando el puente que tantas veces había visto en el séptimo arte: el puente de Brooklyn. Cuenta la leyenda que quien lo cruza vuelve sin remedio a la ciudad.

En mi camino a la pizzería Grimaldis (las colas de espera merecen la pena) en Brooklyn, a devorar unas de las mejores pizzas de mi vida, quedé absolutamente prendado de sus vistas, de su (seguramente) aire contaminado y de la magia y magnificencia de lo que significaba.

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Tampoco nadie debería perderse ir a Broadway, porque no nos engañemos, la Gran Vía de Madrid enamora, pero toda comparación es odiosa. Decidí recurrir a mi memoria infantil y opté por Mary Poppins, pero la oferta es tan amplia… Superhéroes, rock,  clásicos antológicos, cualquiera puede encontrar su obra. La cultura musical americana puede gustar o no, pero desde luego otra oferta ineludible es, sin duda, un buen concierto de jazz en las cercanías de Times Square.

Y para goce final, y oda al capitalismo, una buena sesión de compras en cualquiera de los centros comerciales de la ciudad (Twenty One Century, Woodbury, Macys o Bloomingdales), permite encontrar buenas marcas a bajo precio (nada de llevar la maleta llena que la necesitaremos bien vacía).

No quiero dejar de mencionar por último, que fuera de toda duda quedan las visitas al MOMA o el Metropolitan, los paseos por Central Park, los paseos por la misteriosa y adictiva Chinatown, la misa gospel de Harlem de los domingos y disfrutar un buen brunch o un café por el Soho. Pero eso es algo que cualquier visitante o local os puede recomendar y que es un básico inevitable.

Tengo claro que este romance continuará, posiblemente el año que viene.

Sólo espero que vosotro disfrutéis de las caricias y susurros de esta ciudad, tanto como lo hice yo.

Artista Thurman 

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