¿Por qué en La Habana el color es protagonista?.
Por una parte la luz. Esa luminosidad que invita a la utilización de colores fuertes y llamativos, vivos y atrayentes. Y el clima, que convoca a una vestimenta clara y pintoresca. Y también esa llamada subconsciente y étnica de África, en una ciudad con un elevado porcentaje de gente de color y con raíces africanas más o menos próximas.
La pintura de los coches es el residuo de una época dorada del automovilismo americano en la ciudad. Y ahora lo enmarcan en las carrocerías de los años cincuenta y sesenta: rojo y gris, blanco y azul, negro y oliva, blanco y verde, azulón, avellana, colorado, azul eléctrico, azul cielo, teja brillante, chocolate.
Y el carácter de la gente. El júbilo natural de la mañana lleva a cada uno a ponerse lo más vistoso posible. A pesar de los problemas y de los interrogantes que a diario se plantean, la alegría siempre aflora. Puede dar la sensación de que es una pose frente al extranjero, pero es algo genético, propio del gentío, que no busca ese contento, sino que el regocijo los busca a ellos. Los manipula y los lleva como si fuera una fuerza risueña superior, que no pudieran resistir, y los conduce hacía la diversión y la fiesta.Y en esa promiscuidad iridiscente, el sol tiene su parte de actuación.
Por eso es muy fácil discernir un nativo de un extranjero. No hay más que ver el color de su ropa, pasando de la sobriedad occidental, al colorido caribeño. De esa mixtura de sol, alegría, sentimientos e historia sale ese cromatismo fresco, animado y determinante de esta ciudad. Con el sofoco por la humedad, la gente lleva prendas amplias, grande faldas de vuelo, camisas flojas y sueltas. Ello aumenta la proporción del vestuario, y hace más dilatados los colores, vapuleados por la brisa marina.
El trasiego convierte al color en transeúnte vigoroso. El paso de coches multicolores, hacen un mosaico vivo que se transforma sin cesar. Juega con las sombras, se enreda con el sol, se muta con la esquina, se divierte con el cambio, surge de cualquier punto de la calle o se esconde en cualquier lugar de la ciudad.
Ese movimiento de colores convierte a la urbe en un espacio de cometas a ras de suelo, con todo el cromatismo posible en danza y cambio continuo, y momentos de tregua en los semáforos. Pero pronto aflora de nuevo la danza, se prolonga el baile, se prodiga la sensación y llega la multiplicidad de tonos y colores en una mistura deslumbrante, sana, y recurrente, llena de fuerza.
En La Habana no se presume de marcas sino de color. Se usa el blanco total de cabeza al suelo con faldas largas para las que van de santas. Volantes, tocados en la cabeza y canastas de flores en la cadera para las que van de traje típico en La plaza de La Catedral. El pantalón rojo, o la blusa verde para el paseo. Los hombres tienen menos posibilidades, pero no escatiman camisetas vistosas de tirantes o camisas de diversos tonos. Y los niños, con blusa blanca y pantalón o falda granate con pañuelo al cuello a juego, de los uniformes escolares.
Todo un arco iris cálido y dulzón.
Fotos: Turismo de Cuba (primera y última ) y propias el resto