El rechazo de la mitad de los británicos al resto de socios comunitarios es como si te diriges a alguien y te da la espalda, te mira con desprecio o se va sin despedirse. Aparte de pormenores (o no tan menores), de asuntos económicos, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea llegó de sorpresa, porque muchos barómetros, por regla general certeros, daban otro pronóstico, y por ello sujeto de ciertas incertidumbres.
Aún reconociendo la necesidad de renovación de planteamientos y proyectos comunitarios, la patada, estilo coz, de los ingleses no es de recibo. Tal vez el error fuera el haber convocado ese referendo sin haber hecho unos cálculos ajustados. En el trasfondo de los votantes del no, en su mayoría los de más edad, muchos pensionados de playa y palidez, hay un rancio residuo colonial, pensando que todavía se rinden a sus pies territorios y gentes de otras latitudes a los que siempre han considerado de segunda o tercera categoría.
Las nuevas generaciones se mueven de otra manera. Viajan, se conocen, trabajan y matrimonian mezclados en los países de la Unión. Hay una corriente xenófoba en parte de Europa que circula de la mano de los populismos que no levantan la mirada de su ombligo, pensando que esas lanillas que les crecen a algunos en ese hueco natalicio es un distintivo especial, sin darse cuenta que no es otra cosa que una falta de ducha y jabón. Y cuya postura separatista está por encima de otras razones que pueden ser más racionales y que pueden necesitar rectificación.
Pero el que la casa esté afectada por una gotera no quiere decir que haya que salir a la desbandada dejando la almohada, la póliza del seguro y las fotos de los familiares, sino contratar un retejón eficaz que haga un buen trabajo que resulte duradero.
Los extremos políticos se están frotando las manos porque notan que la gente, desde una vacuidad de pensamiento imbuida por el abandono cultural en que están inmersos de la mano de mentiras y promesas imposibles, y también desde una situación de urgencia resolutiva de sus necesidades más perentorias, se agarran a cualquier cabo que oscile ante sus narices como si fuera un salvavidas, sin darse cuenta de que, a lo peor, no está bien sujeto y colgarse de él quiere decir caer al vacío.
Como suele decirse, hay vida más acá de Calais, y desde ese estrecho pasadizo marino hay que partir para enjuiciar el conjunto de causas y el bloque de consecuencias.
A lo mejor hay que pensar en clave bíblica: ¿será la Gran Bretaña un hijo pródigo? Si quisiera volver, me temo que una Unión resentida no va abrir la puerta fácilmente.