La primera vez que entré en contacto con la fotografía de Garry Winogrand fue en forma de postal. Esos días mi hermana y su novio pasaban unos días en Nueva York. Su pasión por la fotografía llegó hasta el buzón de nuestra casa.
Una fotografía en blanco y negro de un hombre y una mujer con copas en la mano. Parecía champán. Tenían miradas de complicidad. Se intuía una fiesta. Quizás una celebración si te fijabas en la mesa que aparecía en segundo plano. ¿Serían pareja? . ¿Quizás amantes?.
Quién me iba a decir que esa postal se transformaría meses después en mi visita a la Fundación Mapfre de Madrid donde me pude reencontrar con aquella imagen pero esta vez en forma de fotografía. Tenía delante de mis ojos aquella instantánea que en su día me había atrapado.
Como escribía mi hermana en aquella postal: “esta exposición es de las que te gustan, de las que capta momentos concretos de la gente.”
Garry Winogrand fue uno de los fotógrafos más significativos del siglo XX. Nació en 1928 en el barrio del Bronx de Nueva York, hijo de emigrantes polacos. Aunque comenzó alistándose en la fuerza aérea del ejército de Estados Unidos, años más tarde estudió pintura en la universidad de Colombia. En esos años fue cuando entró en contacto con el mundo de la fotografía.
Una de las cosas que más me atrajo de su trabajo, como el de muchos otros fotógrafos a los que admiro, es esa capacidad de captar aquellos momentos del día a día de las personas sin que ellos percibiesen que lo estaba haciendo.
Me gusta mucho como describe él mismo esta manera de retratar al mundo: “…a veces siento como si el mundo fuera un lugar para el que he comprado una entrada. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara”.
Acordaros de este nombre, y si en algún momento lo veis escrito en la publicidad de alguna exposición no dudéis en ir a visitarla. No os defraudará.
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