Sabéis que este blog va de capturar momentos. Para que no se nos escapen.
En el post de hoy capturo un momento muy especial. Creo que siempre recordaré la sensación que tuve.
Fue uno de esos días preciosos que a veces nos regala el voluble tiempo de Bruselas. Lo que por aquí llaman “été indien“. Un día de verano inesperado cuando ya nos habíamos hecho a la idea de sacar el abrigo. Un día con un sol que calentaba lo justo y una luz maravillosa.
Sacamos la bici “nueva” por primera vez. Un modelo fantástico vintage que papá había buscado y buscado por toda la ciudad hasta encontrarla. Como la mía cuando era pequeña. Retro total. No tan aerodinámica como las modernas pero mucho más comoda, sobre todo porque no tiene la barra que es un fastidio.
Era el día para empezar a aprender a montar en bicicleta. Decidimos pasar de la bici sin pedales a la bici con pedales sin pasar por los ruedines. Directamente. A lo bruto. No sabíamos cuantas “sesiones” de entrenamiento se necesitarían…
Empezamos.¡Preparados, listos, ya!.
Papá le sujeta por detrás. Empieza a pedalear y a pedalear, y a pedalear… Se tambalea un poco. Sigue pedaleando y pedaleando y pedaleando… y llega ese instante maravilloso en que te sueltan la bicicleta, crees que te están sujetando todavía y sin darte cuenta estás pedaleando solo. ¡Qué sensación! ¿Os acordáis? Y qué estupendo revivirla enseñando a montar en bici a tu hijo.
¡Qué pronto empieza a pedalear solo…!