Seguro que tenéis algún amigo/a que fue muy cercano cuando erais pequeños y al que en algún momento, sin querer y sin daros cuenta perdisteis la pista.
Yo tenía un amigo inseparable en el colegio. Paño de lágrimas y confidente. Hablábamos durante horas por teléfono (de aquellos con un disco para marcar) cuando no había internet, ni facebook, ni whatsapp. Quedábamos casi todos los domingos en el mismo café y hablábamos de lo humano y lo divino. Compartimos primeros amores, ilusiones, planes de futuro, primeros corazones rotos…
Yo me fui a estudiar fuera, me convertí en trotamundos y poco a poco perdimos el contacto. No nos volvimos a ver. Hasta hace poco.
Nos encontramos antes de Reyes en la calle principal por la que ambos andábamos apurados haciendo las últimas compras. Fue una sensación extraña. En ese momento el tiempo se paró. Rebobinó 20 años. Hasta pararse en aquellos maravillosos años en que todos los caminos y posibilidades de la vida estaban abiertos.
En 5 minutos tratamos atropelladamente de ponernos al día sobre cómo nos había ido. Realmente parecía que no había pasado el tiempo y que nos acabábamos de ver el domingo pasado en el café de siempre. Pero sí había pasado, y ahí estábamos los dos, 20 años más tarde.
Después de todo, 20 años no es nada…
Foto: Marco Campaña